Esta es la historia del pordiosero más pobre de un pequeño reino. No tenía donde vivir, así que dormía donde pudiera resguardarse del frio.

Comía de la limosna que le daban las personas caritativas del pueblo.

A pesar de su aspecto, las personas del pueblo lo consideraban el hombre más sabio.

Una mañana, el rey recorría el pueblo para ver cómo vivían sus súbditos.

De pronto se encontró con el pordiosero. Uno de sus acompañantes le contó que estaba ante el hombre más pobre del reino, pero también el más respetado por su sabiduría.

El rey entonces decidió no hacerle una pregunta banal, en su lugar, le planteo una cuestión que le angustiaba desde hace días y no podía resolver. Un problema de recursos que sus consejeros no habían logrado solucionar.

El mendigo le dio una respuesta que a nadie se le había ocurrido. El rey quedó sorprendido y luego de entregarle una moneda, se fue.

Al día siguiente, el rey volvió, esta vez se acercó directamente al pordiosero.

Nuevamente le hizo una pregunta y este le dio una sabia respuesta.
El rey con humildad le dijo:

Te necesito, estoy agobiado por todas las decisiones que como rey debo tomar. Quiero hacer bien mi trabajo. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. No te faltará nada, serás respetado y podrás irte cuando quieras.

Luego de pensarlo por un momento, el mendigo acepto.

Durante las siguientes semanas, las consultas del rey se hicieron habituales. El monarca llamaba al sabio para buscar solución a los problemas del reino y este contestaba con claridad y precisión.

En poco tiempo, se convirtió en el interlocutor favorito del rey. No había decisión que el monarca no consultara con el sabio.

Como era de esperarse, esto despertó los celos de los cortesanos, que veían al mendigo como una amenaza.

Un día, pidieron una audiencia con el rey y alarmados dijeron.

Su majestad, su nuevo amigo está conspirando para derrocarle.

No puede ser – contestó el rey – no les creo.

Si quiere comprobarlo usted mismo, cada tarde él se escabulle a una habitación alejada del palacio, no sabemos con quién, pero siempre que le preguntamos, responde con evasivas. Esa actitud nos alertó sobre su conspiración.

El rey se sintió defraudado y decidió investigar.

Al siguiente día, siguió al sabio sigilosamente y lo vio entrar sospechosamente a la habitación.

El rey se acercó a la puerta y tocó insistentemente.

¿Quién es? – preguntó el sabio desde adentro.

Soy tu rey, abre de inmediato.

El sabio abrió la puerta y el rey sorprendido vio que no había nadie más, ninguna ventana o puerta por la que alguien pudiera escabullirse y ningún mueble en el que ocultarse.

Solo había unos viejos harapos, un plato desgastado y un viejo bastón.

¿Estas conspirando en mi contra? – preguntó con honestidad el rey.

¿Cómo se le ocurre su majestad? De ninguna manera ¿Por qué lo haría?

Pero vienes aquí secretamente cada tarde. ¿Qué buscas aquí si no hay nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril?

El viejo sabio sonriendo le respondió:

Hace tan solo seis meses, cuando llegué aquí, esto era lo único que tenía. Ahora me siento tan cómodo con la ropa que visto y la cama en la que duermo, además del respeto que me dan y el fascinante poder que me otorga estar a su lado, que vengo aquí todos los días para recordar de dónde vengo y no olvidar quien soy. Vengo a agradecérselo al Señor.

Escrito original por Lili1623
Narración: Liliana Gonzalez

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