Históricamente, la espiritualidad ha estado asociada con la renuncia al poder y al deseo material, promoviendo un ideal de pobreza y desapego de las ambiciones terrenales. Sin embargo, este enfoque puede interpretarse como limitante cuando se considera la capacidad de actuar efectivamente en el mundo. Aquellos sin poder, a menudo, carecen también de los medios para implementar cambios significativos y realizar acciones benéficas. Por lo tanto, la idea de que la espiritualidad conlleva una aceptación pasiva del orden establecido y la sumisión puede ser vista como un discurso promovido por las élites para despojar a las personas de su aspiración al poder. Este punto de vista sugiere que, al desalentar el deseo y la acumulación de poder, se mantiene a las personas en un estado de conformismo que beneficia a quienes ya poseen autoridad y control.