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Ana se levantó temprano, como cada mañana, antes de que el sol asomara por el horizonte. El aire fresco entraba por la ventana entreabierta de su habitación, una brisa que apenas lograba disipar la pesada atmósfera de silencio que impregnaba la casa. A su lado, Carlos dormía profundamente, ajeno al mundo y a ella. Ana observó su perfil durante un momento, buscando algún rastro del hombre del que una vez se había enamorado. Pero ya no quedaba nada, solo una distancia que había crecido entre ellos como una sombra alargada.