Dimecres, 11 de maig.
Hay días en los que me da por escribir y hacerlo en tres o cuatro sitios diferentes muchas veces. Me parece que voy esparciendo semillas aquí y allá, a ver dónde es más fértil la tierra, a ver dónde con un poco de suerte nace algo bonito. Porque qué miedo da la oscuridad, pero qué importante es asomarse de vez en cuando y rescatar cuatro o cinco pasados, sin importar cuánto nos pesen. Abrir la puerta para ver el precipicio.
Y qué difícil es, también, hacerlo sin dejarse caer al vacío, agarrar ni que sea un pedacito de vida, y no quedarse por demasiados días llorando en un pozo, donde resuena solo tu voz, porque no hay nada más que tú.
Tú que llegaste para rescatar a cuatro o cinco pasados y no encuentras la misma puerta de salida que de entrada. Porque no es la misma; una vez dentro iluminas tanto el pasado que deslumbra, y no ciega, pero vuelve a ser abismo, los mismos miedos de ida que de vuelta; la claridad se vuelve igual de puta que la oscuridad lo fue en su día, pero esta vez no te da la bienvenida.
Porque lo que no sabes o no sabemos es que nunca vamos a encontrar nada la vuelta de la esquina; que todo está tres o cuatro cuadras más allá, y que más allá de los abismos y los precipicios, de las puertas y los pozos, entre las alturas y los mares hay una extensión enorme de pampa que tampoco nos deja vislumbrar cómo será nuestra próxima oscuridad. Pero que de alguna forma inconcebible nos anima a caminar por este desierto de sombras (que no de aguas) que es la soledad. Y creo que es importante aprender a recorrerla acompañados de todos nuestros pasados, pero sobre todo por todos nuestros futuros.

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